Llegaste y me besaste. No era consciente de que un pequeño roce de labios podría cambiar mi mundo.
Nuestro destino estaba ahí, nuestros dos nombres estaban escritos. El mío al lado del tuyo. El tuyo al lado de mio mío.
Los pequeños detalles que ponían mi piel de gallina y al pensar que podría tener un final, se me encogía el alma. Esas cosas me hicieron entender que te quería, que éramos la eternidad. Juntos hicimos lo imposible y conocimos aquello que desconocíamos. Creímos el uno en el otro, nos mirábamos con ojos llenos de amor y todo aquello parecía que no tendría un final.
Pero el día menos esperado, las palabras se clavaron como cuchillos, la mirada no era la misma y esa voz ya no sonaba tan dulce, algo había cambiado y ese algo dolía. Dolía mucho. Es en ese momento, cuando comprendes que las promesas no se cumplen, que las palabras se las lleva el viento y lo más importante, que tu vida cambia cuando menos te lo esperas, en cuestión de segundos.
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