Gritas al cielo como si fuera a ayudarte, como si con ese simple chillido fueras a resolver tus problemas, como si hallaras la respuesta ahí arriba.
Intentas refugiarte a las afueras de todo, alejada de la sociedad y todo lo que la compone. Desconectas. Apagas el móvil. No quieres saber nada de nadie, y que nadie sepa absolutamente nada de como estas o lo que piensas. Como si no existieras. Hay hechos o simples problemas que te cambian. Te cambian la manera de pensar, cambian tus reacciones y como no, las emociones también. Hace que te des cuenta de que lo que realmente necesitas son cambios. Ser otra persona. Quien sabe, quizá cambiar de aires una larga temporada. Pero te paras a pensar y te caes en que no, que eso sería imposible. Te das cuenta de que el sitio más alejado al que puedes ir, es en el que estás en ese preciso momento. Todas tus ilusiones se desvanecen. Nadie te entiende, ni tu misma lo haces. Es una sensación de malestar imborrable, puede que sea un cúmulo de cosas, sabes que hasta que no consigas saber lo que es, no terminará. Pero te pierdes. No sabes que dirección tomar, mentira. Ni si quiera encuentras el camino. Está nublado; que digo nublado oscuro. Está oscuro.
Solo hay algo que puede poner solución a todo sin buscar o encontrar los "por qué" o las razones. Esa solución es la luz. La luz del camino. Pero eso ya es otra cosa, todo aquello depende del destino. Así que tendrás que seguir gritándole al cielo hasta que "el destino" decida poner esa luz en tu camino.
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